CORONAR LA CIMA

Cierro un segundo los ojos y me centro por completo en los otros sentidos.

Mis oídos no captan nada más que mi respiración acelerada, necesito un momento después de coronar la cima de hoy. Mis pulsaciones disminuyen, mi cuerpo se relaja. Escucho con atención el silencio del bosque. El tímido sonido de las hojas de los árboles al ser mecidas por la brisa marina. El crujir de las hojas producidas por los pequeños desprendimientos de piedras con el paso de los animales. El gorjeo de las aves, el zumbido de las abejas al acercarse a las flores.

Respiro profundamente, intentando captar todos los aromas que me rodean. La fragancia de hierba y madera húmeda, aquella que se resguarda a la sombra de las altas copas de las haritzas

Mi piel esta fría, siento la brisa matinal rozando mi brazos. Un escalofrío me recorre el cuerpo. El sol incipiente calienta mi frente ligeramente. Estamos a pleno mes de agosto y la temperatura es ideal. Adoro el norte.

Ahora sí, impregnada con todos los sentidos, abro los ojos. Observo con asombro el paisaje que tengo al frente. Un manto verde y frondoso choca con el inconmensurable azul. En una fina línea en el horizonte donde se encuentran bosque y mar. El sol cercano a la cúspide baña todo el paisaje. Sus rayos se reflejan en las minúsculas gotas de rocío creando un efecto mágico.

Y con ese paisaje a mis pies una sensación placentera recorre mi cuerpo, me invade, me llena. Es el orgullo, por todo lo conseguido, por lo dejado atrás, por lo que sigue enquistado y que algún día será tan solo un recuerdo bonito.